28 de diciembre de 2009

CARTA I. 2009 Se va..

Mi pregunta fue clara, concisa, de un si, un no, una mínima explicación. Pero lo poco que obtuve como respuesta fue un suspiro, una mirada que lo poco que me otorgaba era el peor de mis temores. Te irías, esa era la respuesta del silencio que me estabas regalando. Entendí eso de “quien calla otorga”. Sentí que debía suplicarte que te quedases a mi lado, pero el único odio que pude llegar a sentir hacia ti salió desde lo más profundo de mi ser, para llegar al exterior, en forma de lágrima.
Recuerdo tu gesto, junto a tu sonrisa leve, tu mano agarrándome fuerte y prometiendo volver. No te creí, para qué engañarnos. Sabía por experiencia que mentías, que me habías mentido mil veces, y que ahora no ibas a cambiar. Pero, aún sabiendo que me mentías, te abracé, con todas las fuerzas que me quedaban. Susurraste eso de “no te preocupes, esto no es el final”. Seguía sin creerte, pero hice el esfuerzo y tragué las pocas palabras que podía decirte.
Volviste a susurrar, pero esta vez algo que me hizo apartarme de ti. Escuché un “te echaré de menos”, tan triste que me rozó la superficie del corazón, ese músculo que bombea más y más rápido mientras te escribo esta carta.
Te miré a los ojos, tan directamente que llegué a creer que nunca podría salir de allí. Abriste la boca para decir algo, y aunque nunca sabré qué, no me arrepiento de haberte creído, de haber creído que decías la verdad.
Ante mí se disponían miles de formas para responder, de reaccionar… pero ninguna me parecía adecuada para explicarte, con un par de frases, un par de gestos, que no quería verte marchar, que no me era suficiente un “te echaré de menos”, que no me eran suficiente siete horas de teléfono, ni cincuenta cartas, ni infinitos mensajes. Que lo único que necesitaba eras tú, tú, tú, tú…