9 de septiembre de 2010

vivir.

Quizá te extrañes y pongas esa cara de desencaje que tanto detesto si te digo que no me parece gran cosa una sonrisa. Que no creo que las FMF (felices muecas faciales) muevan el mundo, que creo que hay otras cosas mejores, que conozco lo que hay detrás de esas muequecitas y no me gusta nada. Que prefiero una buena carcajada a un estiramiento facial para posar en una fotografía o para decirle al mundo lo contenta que estoy con mi nuevo chachibache. Te diré además, y no espero que te sorprendas por esto, que no daría mi vida por nadie. Por absolutamente nadie. De seguro, es porque no tengo ningún humano pequeñito a mi cargo. Y esto me reconforta, para qué negarlo. No me gustan las responsabilidades, y no me gusta que la gente espere de ti que lo hagas todo bien simplemente porque un mal día no te equivocaste y metiste la pelotita justo en el sitio exacto. Y ahora vienen a tocarte a ti las... En fin, qué te voy a contar. Tampoco me gusta la gente con una suerte extrema. Madre mia, cómo les detesto. Esas personas que han nacido con un paragüas y nunca se manchan. Es como si el mundo pasara por encima de ellos, como si estuviesen en un piso más arriba y, por lo tanto, alcanzaran todas las oportunidades con tan sólo poner la mano. Los odio. Los detesto. Pero detesto más a los que creen que la gente con suerte no necesita más suerte, y que si algo bueno ha de pasar es mejor que le ocurra a los desgraciados, que a los que siempre lo tuvieron todo. Vale, ¿no deberíamos ser equánimes? Objetividad, señores. Que nadie tiene la culpa de comerse un donut todas las mañanas y llevar un sol pegado al trasero las veinticuatro horas del día. Los suertudos no tienen la culpa de que los desgraciados sean desgraciados, y viceversa. A veces se trata simplemente de saber mirar. No tanto de estar en el sitio exacto y a la hora exacta, como de saber mirar. Caminamos como borregos, cegados. Lo he visto con mis propios ojos. He visto a los humanos caminar como animales, sin miedo a que les pisen, con total seguridad de que ellos no serán atropellados, con manías estúpidas como ir esquivando a los gatitos negros y sin embargo siendo lo suficientemente valientes como para quitarse los tacones y caminar descalzas por la calle después de una buena juerga sin miedo a incarse un cristal o a pisar el pis de uno de esos lindos gatitos. No me parece justa la justicia. Ni la de la suerte, ni la de verdad. Ni me parece justo quejarme si no pienso hacer nada. Pero yo no siempre soy equánime. No siempre soy objetiva. No siembre soy justa. Una también tiene sus fobias, ¿saben? Y a nadie le gusta caminar por ahí y sentir que los cristales se clavan en la espalda y van rechinando unos con otros hasta llegar a esa linda curva que tan orgullosa me tiene como mujer; una prefiere tener una nube pegada en el ano para soplar y perderse de vez en cuando. Pero a estas alturas, ¿qué les voy a contar yo a ustedes que ya no sepan? Nada, salvo que las FMF... bueno, que tampoco están tan mal, ¿verdad?. Sin suerte, sin objecion, sin fobia. La vida es aprender. Es Aprender a dejar que las cosas te duelan un poco, no alejarte cuando la piel comience a sangrar. Es necesario aguantar, aunque sientas que el cuerpo se corrompe en mil pedazos, que los órganos se vuelven pequeños y que los pulmones se achican tantísimo que eres incapaz de sostener la respiración. Aguanta.
Aprender a dejar que las cosas pasen, que cada momento tenga su momento y que cada persona sea esa persona y no otra. No te obsesiones con ser de una manera cuando resultas ser todo lo contrario, no quieras acoger un estilo de vida que no te pertenece, no robes sonrisas para incrustártela en la cara los días menos grises. No tengas prisa por llegar antes que el contrario, intenta llegar mejor, intenta no abandonarte a mitad del camino y piensa que puedes perder y puedes ganar, a partes iguales, y que tan sólo de ti depende cómo acaba el juego. Espera. Sé paciente. Aprende a expresarte. No coloques un muro entre tu mente y la boca, abre la puerta rápido pero con cuidado y di siempre lo que pienses en todo momento, ya sea malo o bueno, de la mejor manera que sepas. Siempre habrá tiempo para rectificar, pero no siempre tendrás tiempo de equivocarte. Equivócate una y mil veces, las que sean necesarias para encontrarte. Reencuéntrate contigo y deja un sitio al lado para que los demás puedan descubrirte. Deja que te descubran. Aprende a querer. No a querer a una persona en concreto, ni a dos, ni a tres. Aprende a quererte a ti, a tí con todo. E intenta cambiar las cosas que no te agradan para poder quererte un poco más. Acércate a ti. Aprende a estar lo más cerca posible de ti mismo, porque sólo así conseguirás que los demás quieran aproximarse a tu cuerpo, a tu persona. Quiere la vida, quiere las cosas pequeñas, y las cosas grandes también. Quiérelo todo, aún cuando sientas que no tienes nada, quiere esa nada. Ama. Aprende a vivir en dosis pequeñas pero con frecuencia, de manera casi ininterrumpida. La vida conocida sólo es una, y hoy ya te queda un día menos para hacer todo lo que quieres hacer, para ser todo lo que quieres ser. Vive hoy y ahora. Y vive tú. No dejes que viva por ti el de al lado, porque si una cosa sé es que nadie jamás vivirá mejor por ti que tú mismo. Vivir es lo mejor que debes saber hacer. Es tu único trabajo, en lo único en lo que tienes que alcanzar la nota máxima porque no habrá segundas oportunidades. Vive. Vive como si fuera el último verbo factible en el mundo. Vive como si la vida acabara hoy y ahora. Vive