16 de octubre de 2010

Hace 371 dias pensaría así..


A veces la revolución dista mucho de ser un gran cambio en la sociedad. Puede que sea una transición en nuestro interior más innato. Tuve épocas en las que me gustaba hablar de mi odio a la humanidad, era cuando la misantropía no me dejaba respirar y el rencor formaba parte de mi rutina. Y eso no es algo que me pasase a mí, creo que les pasa a la mayoría. Porque no hablo del rencor que una le pueda tener a una persona en particular, sino del rencor a uno mismo y a todo lo que le rodea. “Es que estás cabreada con el mundo, y así no se puede vivir”. Cuántas veces habré escuchado esa frase. Y tenían razón. Es verdad que mi opinión del ser humano no ha cambiado mucho y que sigo creyendo que somos mezquinos por naturaleza muy a pesar de Rousseau. O quizá es que creo en su ideario y me gusta más asumir que la que se equivoca soy yo. No lo sé.
Lo que si sé es que a lo largo del tiempo he aprendido a racionalizar mis impulsos, que no ha frenarlos. Y eso se traduce en un enorme amor por la humanidad. En una necesidad tremenda de dar afecto. “Tengo mucho amor que dar, pero no sé donde colocarlo”. Ya saben, he nacido artísticamente en París, cómo estaréis comprobando. De esa necesidad radica mi situación personal. He llegado a pensar que no encontraré nunca a esa persona con la que compartir mis días, a esa persona a la que entregar un amor incondicional y devoto, porque no entiendo otro amor que ese. Y he llegado a ese punto porque creo que hay tanta gente maravillosa, tanto por conocer, que es completamente una locura gastar todos nuestros propósitos en una determinada persona que se cruza en nuestros pensamientos.Creo que es un acto egoísta. Me estaré volviendo loca, pero he llegado a planteármelo en muchas ocasiones. Y no tiene nada que ver con mi experiencia, porque he llegado a enamorarme, y mucho y también he llegado a pensar que esa persona era exactamente la única que podía rellenar mis huecos, el amor de mi vida.
Pero es que…”el amor de mi vida, soy yo, cariño”. Soy esa típica persona de la que siempre se espera una sonrisa y un grito acto después, que cambia de estado de ánimo cómo de palabra, y que tiene pinta de ser un animal para convertirse luego en naturaleza muerta. Hablaba con mi madre la otra noche en el salón. Ella me decía cómo veía el mundo, y sí, hacía horas que la televisión estaba apagada.
No hacía más que corroborar aquella idea que se me había ocurrido del afecto, ella era en esencia pura, eso, afecto, cariño, cobijo, y no por el hecho de ser una madre, a la que por ese simple hecho se le atribuye protección, amor incondicional, apego. Sino porque es una de esas personas que irradian energía a todo el mundo. Es algo que siempre me ha resultado muy difícil de explicar. Con ella siempre se siente la necesidad de huir, pero sin embargo cuando no está cerca una nota la extraña sensación de que ansía su presencia, de que está en peligro. A ella, como a tantas otras personas en mi vida, les debo lo que soy, lo que me compone, lo que me realiza. La revolución nace del último aliento, del punto de donde creemos que no saldremos jamás, del lugar más oscuro de nuestra miseria, de allí donde hemos de partir para olvidar el ego y ser todo aquello que en realidad queremos ser.
Y entonces aquella madrugada del 10 de octubre, comprendí que las lágrimas no podrían hacer que alguien que había muerto volviera a vivir. Y También aprendí otra cosa sobre las lágrimas ... con ellas no puedes hacer que alguien que ya no te quiere vuelva a quererte