3 de octubre de 2010

caótica.

¿Cuál es el momento perfecto? ¿Quién lo decide? ¿O cómo sabes que es ese y no otro? Tengo la sensación de que hay algo en medio de todo esto. Algo que imposibilita que ocurra lo que yo deseo que ocurra. Algo que me aleja de lo que realmente quiero tener cerca. A veces me da por pensar que puedo ser yo el motivo mismo de esta lejanía. Otras caigo en la cuenta de que no podría haber hecho las cosas de otra manera, que no existe una forma mejor de actuar en mí y que, por tanto, no soy yo la culpable de este algo que ni siquiera controlo. Para empezar, me encantaría tener claro lo que quiero para poder ir a por ello. Qué digo. Creo que últimamente lo tengo claro, y quizá es esto y no otra cosa lo que me paraliza. Tener algo claro con lo que no estoy de acuerdo. Pensar de una manera en la que jamás habría deseado pensar. Querer un algo que yo -mi otra yo, la yo irreal- jamás querría. Ser yo, ser yo con todo mi ser conlleva un riesgo que no estoy segura de querer soportar. No estoy de acuerdo conmigo, ni me entiendo, ni mucho menos me comparto. Intento agarrar este sentimiento y echarlo fuera de mi cuerpo, pero no consigo atraparlo. Es como si se hubiese quedado enquistado, como si no existiese forma alguna de eliminar lo que está naciendo dentro de mí. Lo que está naciendo y no quiero. Abortaría una y mil veces esta sensación, la condenaría al olvido en el tercer cajón de una cómoda que ni siquiera me pertenece para no recordarla más que cuando el mero hecho de recordar lo aún no olvidado no produzca ni por un segundo un miligramo de dolor, de angustia o de miedo. Si tuviera que ordenar ahora mismo estas tres palabras desde la que más me aprieta, si tuviera que ordenarlas... Si tuviera que ordenarlas de seguro el miedo les ganaría a todas, seguido por la angustia que empapa hasta la última de mis acciones. El dolor siempre pasa a un segundo plano, o a un tercero, o se queda a mitad de la puerta produciendo una sensación de congoja acojonantemente incómoda. Se trata de resistir. Aguantar el chaparrón y después reiniciar el sistema para ver si ha sufrido algún cambio. Hay que comprender los grandes desastres climatológicosentimentales y asumir que estamos en una larga transición que no acabará hasta que no hayamos dejado atrás aquello que sigue atándonos. Quizá no es sencillamente darle una mano de pintura a esta vida mía gris y cambiar los muebles de sitio. Quizá es otro tipo de pequeños movimientos que hacen que de verdad nuestra perspectiva evolucione. Puede que no tenga ni idea de qué herramientas tengo que utilizar para poner en práctica mis discursos, y puede que esté muy alejada de la verdadera solución a los grandes problemas.Pero intento darle algo de energía a la maquinaria para que siga trabajando para dar respuestas que cualquier cerebro acepte por transigentes sin pararse a analizar las consecuencias de todo lo que dejamos de hacer. Se trata de insistir, no depender de las circunstancias, hacernos parte del todo, vivir dejando una huella que alguien vea antes de pisar.

Y puede que, en vez de lamentarme, sea preferible abrir los ojos a lo que vendrá, sin cerrarlos a lo que ya se ha ido.