20 de julio de 2010

No sé cómo sucede. Pero sucede. Sucede que un día conoces a alguien y te quedas colgada, enganchada, prendada. Llámalo como quieras. Desconozco por completo el motivo por el que yo me quedé colgada por un tipo. Allá por el siglo XXI. Es casi una eternidad. Ahora visualizo el momento en el que nos conocimos y lo recuerdo como si fuera ayer, con detalle y mucha -muchísima- emoción. Pero hay como una demora enorme en el recuerdo, parece que sucedió en otra vida pasada, hace un montón de años y un par más. Y no es verdad. Claro que no. Llevo bastante tiempo preguntándome cómo me pudo pasar, cómo me pudo pasar a mí. Quiero decir, que es como si ya estuviese predispuesta a sentir lo que sentí. Como si en un pasado me hubieran preparado para conocer a este tipo, para quedarme enganchada, para buscar las causas por las que me quedé enganchada e intentar desengancharme. Como si mi cerebro y mi corazón se hubiesen puesto de acuerdo para desechar a todos los tipos hasta ese momento, hasta el momento en el que este tipo, EL TIPO, aparece en escena y me engancha a su vida y a su todo completamente, casi sin ser consciente. No sé. A lo mejor es una comparación absurda, pero a mí se me asemeja a cuando estás en la cama con alguien, y todo lo demás no importa, es como si, además del preservativo que se supone que debe de haber en ya saben donde, hubiese otro gigante rodeando los dos cuerpos humanos, y aislara ese momento del momento real, del mundo. Y cuando acaban el preservativo normal se tira y el grande se rompe, explota, y todo el semen que en este caso es como magia se desborda por la habitación, toma un lugar en las esquinas y debajo de los muebles y, simplemente, desaparece. Y entonces toca afrontar. Volver al momento real, al mundo real, sin preservativo. Y te sientes como se debe sentir el trozo de hilo que queda después de coser algo enganchado a la aguja, y que es cruelmente abandonado en la cestita de costura hasta que alguien reclama la aguja y aparta el hilo. Todo, absolutamente todo, lo que hago o lo que digo tiene que ver contigo. Me cuesta horrores no relacionarte con mi vida diaria. Me encantaría poder sacarte afuera de mi mundo un rato, descansar en solitario, dormir sin tener que contar animales para sacarte de mi cabeza. Dormir del tirón, como antes. Vivir de carrerilla, pero sin tus prisas. Imagino cómo sería tenerte al lado al despertar y sonrio sólo de pensarlo, pero entonces algo me aprieta fuerte en el estómago y me recuerda que eso no va a pasar. Que nunca volverá a pasar. Cosas cotidianas como acercarme al lavabo muy de mañana y cepillarme los dientes con una pasta que no debería recordarme a ti pero que, aún sin saber por qué, hace que quiera lavarme los dientes contigo cada dia de mi vida. Desayunar tostadas e imaginar cómo sería llevártelas a la cama, yo los martes y tú los miércoles, y los jueves, y los viernes, y el resto de los días de nuestra vida conjunta que nunca será conjunta. Y salir a la calle con dos bolsas de basura, y tirarlas en el contenedor, y pensar que si vivieras al lado esperaría cinco minutos para cruzarme contigo. Querer repartir el peso de mi vida y de tu vida, meter las dos vidas en un bote y agitarlo rápido, y luego partir, partir la vida que sale a partes iguales. Un trozo para ti, y otro para mi, que tú tengas de mí, que yo tenga de ti. Y removerme contigo, como se remueve la crema para un pastel, y tocarte una vez más, y dos, y tres, y que nos desgastemos al hacernos el amor, y que tú leas el periódico en la cocina mientras oyes cómo tarareo Mon Amour en el balcón, y que te duches antes que yo, o justo después, o juntos los dos. Y vivir contigo, y vivir de ti, y vivir para ti.