11 de abril de 2010

Soy azul eléctrico aunque a veces me gustaría ser gris. Me gusta el extraño comportamiento de las luciérnagas en mi pequeña ciudad, que me iluminan desde donde esté hasta mi propia casa, y que en esta digna soledad son el único dios al que respeto. Me encanta hablar en bares, durante horas cigarro en mano, viendo como se acaba tu cerveza. Encontrarme a amigos que hace mucho tiempo que no veía y a los que no es necesario tenerlos en las últimas llamadas, porque basta su sonrisa en los días impares. Adoro la valentía del beso robado, del orgasmo robado. Enamorarme del sexo de unos labios, o de sus versos, desenamorarme con la misma rapidez. Me impacienta la espera, las prioridades y los planes, soy toda improvisación, impetuosidad, intuición, impulso. Tengo tantas ganas como miedo y eso sólo se explica si no me conoces. Soy agua, perla, jazmín, sándalo, sensibilidad, ilógica. Prefiero compartir cinefilia con un amante, un sofá , un paquete de cigarrillos y alcohol para surcar heridas. Soy el peón de un ajedrez olvidado en el último cajón de tu imaginación, el que alcanza la cumbre ignorando( que no ganando) al rey del baile, porque duele más y es más productivo que una simple victoria. La indiferencia es un arma muy potente, resulta que importa más que el odio porque deja una mella que no puede curar el amor, un desprecio que te hiela hasta atravesar experiencias maltrechas, que te deja el deseo de morder, de dejar la huella que el otro no recuerda de ti. Y a parte de tantos incisos, sé volar, me gusta recuperarme de largos ejercicios que me produjeron sueño y agujetas, y aprender de nuevo a planear por cielos contaminados por la frivolidad de esta sociedad enferma. De la que me cuesta seguir retroalimentándome en droga y sexo sin compromisos a las puertas del tugurio de turno. Por eso escribo, por eso me queda conciencia para no perder el sano juicio en esta locura de monotonía que adopté desde que me quité la vida.