15 de marzo de 2010

El que no pueda encontrar la paz que luche...

No he sabido nunca cuánto daba la suma de dos personas, si el resultado sería positivo, negativo o neutro. Nunca fue neutro. No conozco la estabilidad, mucho menos la neutralidad. Sólo se vivir al límite cada instante. Cada comienzo, cada ruptura, cada final. Me he enamorado dos veces. Y las dos he resucitado. Sí, con ojeras y más cansada de lo normal. No sé tomarme las cosas con calma, ni mucho menos sé de controlar las situaciones. Todo se me escapa de las manos, mi vida también. Pero me he acostumbrado al riesgo. A arriesgarlo todo, incluso ha habido épocas en las que arriesgaba mi vida. Y todo esto por mucho que digan los expertos no parte de un hecho específico, de un trauma, ni tampoco se puede relacionar con mi infancia, mi adolescencia o el trascurso de los años. Esto es algo que yo he decidido conscientemente. Quizás no era tan consciente, pero sí estaba en mi plena lucidez. En esa lucidez que duele. Supongo que no querer llevar la vida que los demás llevan, no querer ser como los demás, traía dudas, confusión y caos, sobretodo este caos. Tendrá que ver que mi casa también lo es. Aunque lo agradezco. Agradezco tener una habitación llena de libros de los grandes, y mirar cuando el mundo se me pone cuesta arriba y encontrar a Herman Hesse, a Baudelaire, a Byron, a Nietzsche y otros tantos, y no a la saga Harry Potter, a la de Crepúsculo o a cualquier otro best seller inútil (a mi gusto claro). Agradezco los más de cien vinilos y la literatura y el arte redactados con mala letra por alguien que no tuvo las mismas oportunidades que yo. Supongo que este caos es el que me distingue, el que me hace ser real aunque quiera creer que no lo soy. Necesito desintoxicarme. Por eso escribo, para saber que sigo viva. Las letras me causan el éxtasis. El sexo ya no me llena, el amor no llega. Anclada a relaciones pasadas vivo el presente con desgana. No materializo la poesía, intento describirla pero pierdo el norte, y la vorágine que me atrapa no sabe de describir coordenadas. Redacto cosas sin sentido, fumo más de lo que respiro e intento mediar conmigo misma para no estallar y que llegue algún pedacito de mí a un jardín donde se marchitan las oportunidades. Ya no espero que me salvéis, ni que me enamoréis, soy la metáfora mal diseñada, no intentéis encontrar a nadie que le de tantas vueltas a las cosas, porque no existe. Incrédulos. Iba a tal velocidad porque nunca tuve miedo. Nunca conocí ese sentimiento de cobardía, nunca quise pisar el freno, seguir en ese carril y dejar pasar todas las salidas por muy tentadoras que fuesen. Nunca medí las consecuencias, ni me planteé donde estarían las salidas de emergencia si empezábamos a arder. Y para lo que la mayoría sentenciaría que fue un error para mí fue una maravilla. Supongo que es lo que me diferencia del resto y lo que me atraía a los hombres, que era una criatura salvaje. Que sólo dejaba la coraza cuando me habían conocido hasta el alma, que no entendía de debajos del ombligo antes de que me desvirgaran los defectos. Que operaba a corazón abierto, halcón de ala rota, sin anestesia, sin nada que pudiese pararme.